Cuento: ¿Por qué a mi?
Al cerrarse la puerta se apagó la luz. El sonido fue preciso, breve, inapelable. Estalló como un chasquido repetido infinitamente en el silencio de la noche, descargando la opresiva sensación de implacabilidad que pesaba sobre cada uno de los ocupantes de la prisión.
Traté de
acostumbrar mis ojos a la penumbra, aunque no estuviese profundamente interesada
en conocer la compañía que me habían destinado. No podía comprender el hecho de
haber sido arrancada en el medio de la noche, sin explicaciones, sin
posibilidades de atinar a nada, pese a saber que lo mío, no era la primera vez
que sucedía, que estaba recorriendo un camino transitado, aunque uno se resista
a acostumbrase a la idea que este tipo de sucesos puedan ocurrir, pese a tener
conocimiento de su existencia.
Recordaba la
firmeza y precisión que las manos que me registraron, previo a éste traslado.
No podía encauzar una explicación viable ni lograba encontrar la referencia para
ubicar el origen de la decisión, que hoy me convertía en víctima. Reflexioné
que si lograba tranquilizarme, quizás podría hilvanar alguna idea aceptable;
estaba convencida que una explicación surgiría y podría intentar la
salida. Era tan agobiante el círculo
recorrido por mis pensamientos, que una fatiga inmensa, demoledora comenzó a
derrumbar mis mejores intenciones obnubilando todo lo racional.
Bruscamente,
fui sacada de mis cavilaciones por un movimiento próximo y alguien que me daba
la bienvenida, cautelosamente.
¡Que tal
hermana!, ya me estaba aburriendo aquí sola en la oscuridad a mi me dicen “CÁSCARAS”,
prosiguió, y creo que si hablamos podríamos
intentar entender lo incomprensible de esto que nos pasa.
También tú
pensé. ¿Cuántos en este lugar viven idéntica situación? ¡Habrá alguien
realmente culpable de algo? ¡Quién dispuso ese orden? ¿Quién puede determinar,
el destino de los demás? Traté de apartar pensamientos al responder.
Hola soy “SEMILLAS”,
¿crees posible encontrar un por qué? No conozco tu caso, pero a mi me resulta
imposible y seguidamente le conté todo lo sucedido. Hablaba
ininterrumpidamente, sin calificar si debía o no hacerlo. Una necesidad
angustiante de oír algo que arrojase un poco de luz, obligaba a una actitud mecánica.
Borbollones de palabras derramé en el lugar, que rebotaban en las frías,
húmedas y estrechas paredes que nos circundaban, entrechocando así la angustia
desgarrada, con la bruma de lo incomprensible.
Exhausta,
respirando con dificultad, retorné a quien me oía en silencio; la vi allí
acogida en el espanto fatalista de un espejo que reiteraba nuestras imágenes y
una profunda compasión comenzó a invadirme. Sostuve aquel silencio, como una
cuerda tendida entre ambas, pronta a hacerla girar para saltar con los miedos
compartidos. Extrañamente y por esa
coincidencia que establece al desamparo haciendo sólido un vínculo sin pasado,
percibimos el calor que nuestras orfandades nos deparaban tributando a la
pequeñez que representábamos ante la inmensidad de una impotencia encadenada
colectivamente y de la cual hoy éramos precio o cuota de sacrificio.
La comunión
de ese silencio, pospuso otros comentarios; el desgaste cobraba su parte. Sigiloso,
perturbante, demoledor, allí, en la frontera de lo comprensible con lo
intuible, una turbulenta cascada de vivencias, espumaba los fragmentos de
aquellos mejores sueños, que suelen ser el inicio de búsqueda a cuyo influjo
nos movemos, pese a que, generalmente, lo hagamos por caminos equivocados. Juntas y sin proponernos, asistimos a una
incineración de aquellas aladas esperanzas.
La presión
ejercida en los sentidos, erizaba un horizonte oscuro y denso, como el que nos
rodeaba en ese lugar. El peso del nunca más, con su carga de infinito, hacía
retroceder y espantaba las mejores fuerzas de la indiferencia. La vitalidad agonizaba
en el pétalo de la pureza, próximo a la verdad absoluta.
Preludiando
una agonía generosa, nuevos rumores, esta vez terrenales, aportaban al clima,
su cuota de metales, chirridos, discordancias, que siempre resultan fieles a la
destrucción, a muerte, en fin… a los finales. Un sordo rumor aproximadamente,
un crescendo de murmullos confusos, mezcla pura de locura, incapacidad y miedo,
fue poblando con su alcance, el pequeño lugar, último andén de nuestro frustrado
viaje. Una profunda e incontenible resignación golpeó los escombros de la fe,
para dejar en las playas de nuestras almas, la sombra de una sonrisa, tan nueva
como la primera, tan generosa como la última.
Ella dijo:
Semillas, allí vienen, una de las dos se va primero…
Fue
entonces que, como recibiendo un mensaje o la respuesta vanamente buscada,
calmosamente replique: Cuando la puerta se bar para una de nosotras, sólo
significará que quien salga primero, aguardará en el verde, detrás del marco
dorado, allí donde no hay paredes, el breve tiempo entre nuestros viajes…
Aquel
chasquido preciso y breve, preludió la luz blanca, cruel, real. Unas manos llenas de urgencias la
arrastraron. Sólo tenía ojos para mí, que allí quedaba. Por un segundo pareció
que un puente de plata indestructible, comenzaba a tenderse entre nosotras…creciendo
su extensión…hasta que pude notar el reflejo que dos gotas dejaban en su
tersura de…MANZANA…en tanto daba forma a mi plegaria corolada por el ruido de
las goznes.
LA PUERTA
DE LA HELADERA SE CERRABA…
Cuento publicado entre 1992 y 1993 en la Revista Noticias de Lomas, pertenece a la sección Hoja Literaria, escrito por Carlos Alberto Parodíz Márquez e ilustrado por Oscar L. Estévez.
Carlos Alberto Parodíz Márquez fue un destacado periodista y escritor cuya carrera abarcó una amplia gama de logros y contribuciones en los medios gráficos y literarios. Durante su trayectoria, trabajó en diversos diarios como La Unión, El Sol, La Razón y Clarín, así como en revistas como NotiLomas, Noticámara, Lomas y el Sur, y Amanecer.
Su labor periodística no se limitó solo a la escritura, ya que también condujo ciclos radiales de entrevistas a importantes personalidades de la cultura. Además, fue un prolífico autor de cuentos y novelas, destacándose especialmente en la dramaturgia para teatro y en el género epistolar.
Su compromiso con la excelencia y su pasión por la literatura y el periodismo dejaron una huella indeleble en la escena cultural, siendo recordado no solo por su talento y creatividad, sino también por su dedicación y profesionalismo en cada proyecto que emprendió.
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