Octarina Kayianteya Zamora
Octorina Zamora, mujer wichí, luchadora incansable por los derechos de su pueblo, partió de este mundo dejando un legado de resistencia y dignidad. "Octorina i leiyejh hohnat", anunciaron con dolor quienes la acompañaron en sus últimos momentos, y con esas palabras en wichí resonó su despedida en los corazones de su comunidad.
Nacida en Embarcación, Salta, Octorina nunca fue solo una voz entre muchas, sino una fuerza imparable que se levantó contra las injusticias. Como niyat de la Comunidad Honhat Le Les, recorrió caminos, enfrentó gobiernos y denunció atropellos. Ella comprendió que el territorio no es solo tierra, sino identidad, memoria y futuro. "Yhil nech’efwalamhati k’ajyenteyha Octorina atsinha Wichí, il’eyhej honhat, yhiknatchoyhehen". Octorina, la mujer Wichí que nunca dejó de luchar, ya no está, pero su espíritu sigue vivo en cada causa por la que batalló.
Desde los años 90, cuando desafió al poder exigiendo títulos de propiedad para su pueblo, hasta sus últimos días, alzó su voz por los derechos de los pueblos indígenas. Peleó por la salud, por una educación que reflejara la cosmovisión wichí, y jamás permitió que la impunidad se vistiera de costumbre. No temió enfrentar a los propios líderes de su comunidad cuando el abuso se disfrazaba de tradición. "Es una aberración pensar que el pueblo wichí acepta el abuso sexual de las niñas como una costumbre ancestral", sentenció con firmeza, desafiando siglos de silencio.
Octorina entendió que la lucha no conoce descanso. En 2020, cuando las muertes de niños por desnutrición golpearon con crudeza, exigió la restitución del Centro de Recuperación Nutricional en Tartagal, buscando garantizar que la indiferencia no siguiera cobrando vidas. En cada niño desnutrido veía un grito de auxilio, en cada mujer violentada, una deuda de justicia. Nunca se resignó a aceptar la miseria como destino ni la discriminación como norma.
Su incursión en la política fue un reflejo más de su convicción: "Es momento de que nosotros seamos los protagonistas", decía. Octorina no buscaba reconocimiento, sino cambios reales. Quería que las voces indígenas resonaran en el Congreso, que la historia de su pueblo no fuera escrita por otros, sino por quienes la viven y la sufren.
Octorina no se ha ido del todo. Su voz aún resuena en las comunidades que defienden sus derechos, en las mujeres que alzan la cabeza sin miedo, en los niños que crecen con la esperanza de un futuro mejor. "Yhil nech’efwalamhati k’ajyenteyha Octorina", pero su espíritu permanece, como el viento que susurra entre los quebrachales, como el río que nunca deja de correr.
Su vida fue una ofrenda a la justicia. Honrar su memoria es continuar su lucha. Que su legado sea faro y camino para las generaciones por venir.
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