Presagio de Nevadas Oesterhianas

     En la entrada anterior referí a la figura del corrector de estilo o literario como el oficio invisible, un indispensable puerto de enlace entre el manuscrito en crudo del autor y el lector. Frecuentemente, este actor imperceptible trasciende su rutinaria labor de nexo para sumergirse en el papel de artífice, introduciéndose efectivamente en el universo creativo. 

     Si en este proceso obtiene un resultado exitoso, sin duda quedará abstraído por él, de modo tal que no halle camino de retorno válido hacia su antiguo rol, emprendiendo el sendero de individuación autoral.  El contacto liminal entre esta multiplicidad de mundos converge en una personalidad propia de la metaficción.

    La metaficción es aquella obra de ficción que crea un puente con la realidad, donde ambos mundos, el real y el ficticio, se retroalimentan uno al otro a través de nexos, y dan origen a un nuevo plano que aúna elementos de ambos universos.  El autor comprende que escribir metaficción supone multiplicar los universos ficticios de sus textos.

     Este fue el singular caso de Héctor Germán Oesterheld (HGO), quien se inició en el mundo editorial como corrector literario para el diario argentino La Prensa, mientras cursaba la carrera de geología en la Universidad de Buenos Aires. Al mismo tiempo que trabajaba como geólogo en el laboratorio de minería del Banco de Crédito Industrial de la República Argentina, Oesterheld pasó de ser un lector voraz con una insaciable sed de conocimiento a un prolífico escritor y guionista.  A través de sus creaciones, navegó un sinfín de universos entre la divulgación científica y la literatura infantil, surcando argumentos en materia de literatura infantil, biografías, bélica, gauchesca y western, entre tantos otros, aunque la ciencia ficción fue su género distintivo.  Su obra emblemática, “El Eternauta”, le confirió el título de padre de la historieta moderna latinoamericana.

     HGO fue un avanzado, un visionario; íntegramente fundacional, su método marcó un hito en el mundo del cómic, con una meta narrativa disruptiva comunicaba tópicos históricos y contemporáneos acerca de la conflictiva social y las problemáticas humanas, abordadas desde la perspectiva del sujeto común.

     Literato adiestrado con holgura para la imaginación, fue un escritor compulsivo de infinita capacidad productiva. En un mismo día desarrollaba una multiplicidad de ejes en diversos temas que luego terminaban en proyectos editoriales, cuentos, guiones, microrrelatos e historietas. Quienes lo conocieron pueden dar crédito de ello.

     El Eternauta  presenta un escenario apocalíptico en el que la caída de una copiosa nieve fosforescente cubre Buenos Aires, anticipando la invasión alienígena. La historia es narrada por Juan Salvo, viajero de la eternidad y alter ego de Oesterheld, describe la nevada provocada por la llegada de los “Ellos”, una perversa raza que viaja a través del universo en conquista de otros mundos.  Los copos radioactivos actúan como un agente letal que aniquila a quien entra en contacto con ella. La narrativa se convirtió en un símbolo poderoso de resistencia y lucha ante lo desconocido.

     Esta imagen perturbadora resurgió en la mente de muchos porteños el pasado 9 de julio del año 2007, pleno Día de la Independencia Nacional,  cuando Buenos Aires fue cubierta por una capa de nieve, un fenómeno particularmente atípico para la ciudad aún en pleno invierno.  Aunque aquella nevada no contenía un ápice de radioactividad, la coincidencia fue suficiente para despertar la memoria colectiva y revivir la atmósfera de temor y fascinación que HGO había vislumbrado.  

     La realidad de los primero años del nuevo milenio, aunque mucho más trivial, ofreció un contraste interesante.  La nieve, generalmente asociada con paisajes idílicos y alegría infantil, se presentó como un recordatorio frío de la vulnerabilidad humana ante los caprichos de la naturaleza y los poderes omnipresentes.  Para muchos, fue una oportunidad de revivir la obra de Oesterheld y reflexionar sobre las similitudes inquietantes entre la ficción y la realidad.

     Algo semejante no ocurría en la capital argentina desde el año 1918. Tres días después del  insólito fenómeno, se inauguraba la muestra 50/30: 50 años con El Eternauta, 30 años sin Oesterheld.  Cual obra de metaficción, la coincidencia señala la relevancia continua de la ciencia ficción como un espejo de nuestras ansiedades y esperanzas.  

     Oesterheld utilizó la nieve radioactiva como una metáfora para explorar temas de invasión, control y supervivencia. La última nevada sobre Buenos Aires, aunque no representaba una amenaza real, evocó un sentido de fascinación y cautela, recordándonos que las historias pueden trascender su tiempo y contexto para encontrar nuevos significados en eventos contemporáneos.

     En última instancia, la nieve fue un puente entre la obra de Oesterheld y la experiencia vivida de sus lectores.  A través de este fenómeno natural, la visión del autor sobre una ciudad sitiada por lo desconocido cobró nueva vida, reafirmando la poderosa influencia de la narrativa en nuestra comprensión del mundo.  Así, "El Eternauta" continúa siendo una obra pertinente, un faro que ilumina las sombras de nuestras propias historias y nos prepara para enfrentar las tormentas del futuro, sean estas de nieve o de incertidumbre.

     Citando a Judith Gociol periodista, investigadora, editora y curadora coordinadora del Archivo de Historieta y Humor Gráfico argentino de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno:

     “El universo de Oesterheld tiene formas circulares, borgeanas. El creador de la mejor historieta de todos los tiempos, El Eternauta, vaga por diversas dimensiones en busca de su familia, más allá del tiempo y la muerte.”

    En la entrada de hoy: "Asesinato en el circo" una historieta  de H.G. Oesterheld e ilustraciones de Oscar Estévez. Esta tira fue publicada en la Revista Hora Cero N°29 el 19 de marzo de 1958, con arte de tapa a cargo de Mario Bertolini.

 

Revista Hora Cero N°29

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