7 de noviembre Día del Señor Canillita
Cada 7 de noviembre se celebra en Argentina el Día Nacional del Canillita, en homenaje al periodista y dramaturgo Florencio Sánchez, quien en su obra “Canillita” (1903) retrató a los jóvenes vendedores de diarios de piernas flacas, origen del apodo. La fecha se conmemora oficialmente desde 1947.
En la entrada de hoy, compartimos "Señor Canillita", capítulo 25 del libro Adiós viejo Lomas,escrito por el historiador y periodista Juan José Manco acompañado de las ilustraciones de Oscar Estévez.
El texto es un homenaje a los canillitas, trabajadores humildes y queridos por la comunidad. A través de la figura de don Antonio De Sarro, un canillita de Banfield que durante 55 años vendió diarios en la misma esquina, el autor destaca la dedicación, solidaridad y espíritu de servicio de estos trabajadores. De Sarro fue testigo de los cambios del barrio y ayudó a muchas personas, incluso salvando vidas, lo que le valió el reconocimiento de sus vecinos.
El relato finaliza con un tono nostálgico y afectuoso, recordando a don Antonio como un símbolo del oficio y del alma popular, cuya presencia sigue viva en la memoria colectiva.
El relato finaliza con un tono nostálgico y afectuoso, recordando a don Antonio como un símbolo del oficio y del alma popular, cuya presencia sigue viva en la memoria colectiva.
"Alguien dijo, una vez, que el día de descanso del canillita es el día más vacío del año. La parada de diarios en silencio, sin el corrillo o mesa redonda-que da lugar al debate de innumerables preocupaciones ciudadanas, nos ha hecho pensar, en ocasiones, de la misma manera.
En torno a la parada de la esquina, de la estación, o de la plaza, se mueve un mundo interesante que es familiar al canillita. Tras la modestia de este simpático y despierto trabajador asoma un observador inteligente, sagaz, dueño de un caudal de filosofía que no ha extraído de otro libro que el de la vida cotidiana y de las alegrías y aflicciones de su prójimo. Conoce a la gente y la entiende. Es un amigo al que se aguarda con impaciencia los contados días del año que permanece ausente.
Es el canillita de
hoy, en un medio distinto al de ayer que no ha logrado despojarlo, sin embargo,
de la tradicional humildad de aquellos acróbatas sin aplausos que se jugaban la
vida trepando a ómnibus y tranvías en plena carrera para vender un diario.
Al
verlo rodeado de tan variadas publicaciones, voceando revistas de aquí y de
todo el mundo junto al nombre conocido de matutinos y vespertinos, recorriendo
en bicicleta las barriadas para atender a una cómoda clientela, no faltará
quien pregunte qué tiene de común con aquel canillita que conmoviera a
Florencio Sánchez y fuera bautizado por el gran dramaturgo con un apodo tan
popular y tan nuestro.
Quien cerca del canillita ha sabido auscultar sus sentimientos, podrá responder que más allá de la modalidad de trabajo impuesta por los tiempos, en cada uno de ellos, en cada grupo de canillitas del presente, revive la bullanguera inquietud de las bandadas del pasado que en los amaneceres y en las tardes de la ciudad y del suburbio nos dejaban, con su grito, la impresión de que siempre estaba ocurriendo algo importante.
Quien cerca del canillita ha sabido auscultar sus sentimientos, podrá responder que más allá de la modalidad de trabajo impuesta por los tiempos, en cada uno de ellos, en cada grupo de canillitas del presente, revive la bullanguera inquietud de las bandadas del pasado que en los amaneceres y en las tardes de la ciudad y del suburbio nos dejaban, con su grito, la impresión de que siempre estaba ocurriendo algo importante.
Porque es un símbolo, y porque su figura surge legendaria
del pasado, hablemos de uno de aquellos auténticos canillitas: don Antonio De
Sarro.
Empezó a vender diarios y revistas a los diez años de edad, en 1911, y
dejó de hacerlo ¡medio siglo y un lustro después!.
Cincuenta y cinco años
presente en su puesto de trabajo de la calle Rodríguez Peña y las vías del
ferrocarril, en Banfield.
En su niñez, en su adolescencia, y ya padre de
familia, ese sitio fue para don Antonio el segundo hogar, la tribuna abierta a
las inquietudes de la gente, embellecida por su vocación de ser útil a la
sociedad.
Nadie, en tan largo período, pudo imaginar aquel rincón de Banfield
sin su presencia. Era su atalaya, el punto desde el cual asistió al inexorable
cambio de las cosas. Vio irse el barro y llegar el empedrado; vio irse el
tranvía y llegar el colectivo: vio ensanchar las vías, la estación, y vio
tender el puente de Rodríguez Peña a Talcahuano sobre el "paso de la muerte",
lugar de reiterados accidentes y de trágica atracción para los suicidas. Allí,
con riesgo de su propia vida, De Sarro salvó la de muchos niños, jóvenes y
adultos. Porque amaba a la gente, se interiorizaba de sus dramas, y porque
tenía, además, pasta de héroe. Junto a la "parada" de Rodríguez Peña,
en el frente de la casa número 8, una placa de bronce sintetiza el
reconocimiento popular a su abnegación, a su tarea, y a su pasión de
deportista, que también lo fue.
El 4 de setiembre de 1966, en el ahora un paraje a trasmano de la ciudad, donde transcurrieran sus cincuenta y cinco años de labor sin faltar un día "aunque el mundo se viniera abajo", una multitud aclamó y saludó a don Antonio. El veterano canillita presintió, en esos momentos, que la jubilación no era otra cosa que un definitivo adiós, y lloró en brazos de sus amigos. Un diario metropolitano dijo de él:
-"Todos lo quieren y lo admiran por haber hecho tanto siendo sólo uno más en la comunidad civilizada". La voz de don Antonio De Sarro calló hace años. Nos parece oirla, voceando sus diarios y revistas frente a la placa que lo recuerda en su antigua parada. Nos parece verlo a él mismo, saludando a cuantos pasan, vendiendo el "Tit-Bits" o "El Purrete", "El Tony", "Pucky" o "Tipperary" a esos pibes que con el correr del tiempo fueron a abrazarlo transformados ya en médicos, abogados, hombres comunes de trabajo. Lo vemos con su sonrisa atendiendo a su clientela de hombres y mujeres: -"Don Antonio, ¿llegó "El Hogar"? ¿Tiene "Mundo Argentino"?. Tráigame el "Billiken". "No olvide guardarme "Caras y Caretas".
Cae la tarde sobre el solitario rincón de Rodríguez Peña y las vías del Roca. El paso de los trenes quiebra de a ratos el silencio que lo envuelve. Pensamos entonces que alguno de los pasajeros, mirando hacia el lugar donde durante tantos años viera al canillita, murmurará con nostalgia, como nosotros al alejarnos lentamente:
-Chau, don Antonio!"
El 4 de setiembre de 1966, en el ahora un paraje a trasmano de la ciudad, donde transcurrieran sus cincuenta y cinco años de labor sin faltar un día "aunque el mundo se viniera abajo", una multitud aclamó y saludó a don Antonio. El veterano canillita presintió, en esos momentos, que la jubilación no era otra cosa que un definitivo adiós, y lloró en brazos de sus amigos. Un diario metropolitano dijo de él:
-"Todos lo quieren y lo admiran por haber hecho tanto siendo sólo uno más en la comunidad civilizada". La voz de don Antonio De Sarro calló hace años. Nos parece oirla, voceando sus diarios y revistas frente a la placa que lo recuerda en su antigua parada. Nos parece verlo a él mismo, saludando a cuantos pasan, vendiendo el "Tit-Bits" o "El Purrete", "El Tony", "Pucky" o "Tipperary" a esos pibes que con el correr del tiempo fueron a abrazarlo transformados ya en médicos, abogados, hombres comunes de trabajo. Lo vemos con su sonrisa atendiendo a su clientela de hombres y mujeres: -"Don Antonio, ¿llegó "El Hogar"? ¿Tiene "Mundo Argentino"?. Tráigame el "Billiken". "No olvide guardarme "Caras y Caretas".
Cae la tarde sobre el solitario rincón de Rodríguez Peña y las vías del Roca. El paso de los trenes quiebra de a ratos el silencio que lo envuelve. Pensamos entonces que alguno de los pasajeros, mirando hacia el lugar donde durante tantos años viera al canillita, murmurará con nostalgia, como nosotros al alejarnos lentamente:
-Chau, don Antonio!"
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)
.jpg)

Comentarios
Publicar un comentario